Facade of the Santiago Bernabéu Stadium
La modernidad siempre tiene la voluntad de afear la belleza estética del pasado y de simplificar lo profundo con esa estética futurista despreciable; lo vemos en la arquitectura de la mayoría de los edificios, en los coches, en los carteles y en cualquier otro ámbito.
No es romantizar el pasado: es constatar una realidad. Antes, cuando no se priorizaba solo la parte económica ni basábamos nuestras creaciones en lo distópico del futuro, sino más bien en los símbolos geométricos de la naturaleza y el cosmos, todo estaba en consonancia con nuestro ser. Era un regalo para todos los sentidos humanos.
El nuevo Bernabéu es todo lo contrario: no sirve ni para lo primero ni para lo segundo. En lo estético, más allá de la puntera tecnología de su interior —un arma de doble filo— que lo convierte en un garrafal error respecto al propósito estricto de un estadio de fútbol (al menos, que el césped esté en condiciones), es una aberración total.
Esa misma obra tecnológica y sofisticada provoca que el césped esté, a veces, en condiciones similares a las de un campo regional. Uno camina por Madrid —una de las ciudades más bonitas y señoriales del mundo— y de repente se encuentra con un obstáculo visual plateado, similar a una impresora o a uno de esos inmensos, feos y modernos centros comerciales. Se mire como se mire, el exterior del estadio es sumamente feo, en contraste con un interior realmente atractivo.
Lo más grave de todo esto es que la idea principal —enfocar el estadio como un lugar multiusos donde se juegue al fútbol, al baloncesto, se celebren conciertos o cualquier otro tipo de actividad, como hacen hoy en día la mayoría de los clubes— se ha ido al garete: primero, por la mala insonorización; segundo, por un techo retráctil dañado que provoca un microclima tropical, y tercero, porque el Tribunal Superior de Justicia de Madrid acaba de tumbar la concesión de los parkings por irregularidades urbanísticas y falta de evaluación ambiental.
Pues bien: el Bernabéu ya no es solo feo, es también poco útil. Al final, una cosa debería ir siempre de la mano de la otra, así no afearíamos nuestras ciudades y mantendríamos la esencia que diferencia un lugar de otro. El nuevo Bernabéu: una chapuza disfrazada de modernidad.
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