¿Fue el capitán Gonzalo de Aguilera Munro “el facha más facha de todos los fachas”? Es una de las primeras preguntas que se hace Álvaro González Esteban, conocido también como ‘Corazón Rural’, en su libro ‘Capitán Veneno’ (Libros del K.O.), de reciente publicación. La respuesta queda en el aire, pero de la salvaje biografía de Aguilera Munro se desprende al menos que fue un personaje peculiar, con un discurso tan contundente y radical que llamaba la atención incluso durante la Guerra Civil. Tras la contienda, Aguilera Munro, que tenía el título nobiliario de conde de Alba de Yeltes, rompió con el franquismo, se retiró a su finca de Salamanca y su nombre ya no volvió a salir en los periódicos hasta el 28 de agosto de 1964, cuando asesinó a tiros a sus dos hijos.
El capitán, agente de prensa de Franco encargado de acompañar a los corresponsales extranjeros y enseñarles la guerra desde el punto de vista de los nacionales, es el autor de algunas de las declaraciones más incendiarias sobre la naturaleza clasista, o directamente eugenésica, de los objetivos del Ejército rebelde. Llama la atención, por ejemplo, su obsesión con las alcantarillas y con los limpiabotas. Sobre las primeras, dijo: “Las alcantarillas causaron todos nuestros problemas. Las masas en este país no son como las americanas, ni siquiera como las británicas. Son descendencia de esclavos. No sirven nada más que para ser esclavos […] But we decent people made the mistake of giving them modern housing in the cities where we have our factories. We install sewers in these cities, sewers that reach the workers’ neighborhoods […]. The result is that the offspring of slaves increases. If there were no sewers in Madrid, Barcelona and Bilbao, all those red leaders would have died in their infancy instead of stirring up the rabble and causing good Spanish blood to be shed. When the war is over, we should destroy the sewers“.
Fusilar a los limpiabotas
Con respecto a los limpiabotas, dijo a Peter Kemp, periodista monárquico británico que acabó luchando junto a los fascistas: “Mi querido amigo, es pura lógica. Un tipo que se arrodilla en un café o en la calle para limpiarte las botas es sin duda un comunista. Así que, ¿por qué no fusilarlo de inmediato y acabar con el problema? No hace falta juicio, su culpa es evidente en su propia profesión”. Pero los demócratas no le caían mucho mejor que los comunistas al capitán Aguilera Munro. “De lo que no te das cuenta es de que cualquier demócrata estúpido, o como quieran llamarse, se presta a ciegas a los fines de la revolución roja”, dijo durante la guerra a un periodista norteamericano. “Los demócratas sois todos siervos del bolchevismo. Hitler es el único que sabe reconocer a un rojo cuando lo ve”.
Para desgracia de Aguilera Munro, algunas de estas opiniones las expresó frente al periodista Hubert R. Knickerbocker, que, en mayo de 1937, las recogió en un artículo titulado ‘Kill ‘em all’ (Matadlos a todos) que se publicó en el ‘Washington Times’. Y fueron demasiado incluso para el franquismo: pese a que las instrucciones que recibieron los sublevados incluían actuar con extrema violencia, llegó un momento en el que determinadas atrocidades –es el caso del bombardeo de Guernica, por ejemplo– podían ahuyentar las simpatías que la causa franquista despertaba entre los conservadores europeos. Así que el capitán Aguilera Munro cayó en desgracia después de esas palabras, que llegaron incluso a ser comentadas en un debate en el Congreso de Estados Unidos.
“Su trabajo del control de la información rutinaria fue eficaz y no tuvo grandes desencuentros. Fueron las declaraciones antisonantes en el ‘Washington Times’, donde retrató todo lo que los rebeldes no querían que trascendiese, como las ejecuciones sin proceso o los asesinatos, lo que le supuso un toque de atención muy importante”, dice González Esteban.
Guernica y la mala conciencia europea
El autor de ‘Capitán Veneno’ ve también similitudes en el trabajo de Aguilera Munro para tapar el bombardeo de Guernica –consiguió que varios periodistas extranjeros atribuyeran la destrucción de la ciudad a la acción de elementos republicanos o anarquistas– con la propaganda de guerra actual. “Encontramos tics muy parecidos a cuando ahora cae un mortero y siempre hay voces que dicen que los que lo han recibido se lo han tirado a sí mismos”, dice. En Guernica, los franquistas no lograron alterar la verdad histórica del bombardeo, obra de alemanes e italianos, pero la labor de sus agentes de prensa “sirvió para calmar” la mala conciencia de “los católicos europeos”.
El aristócrata Aguilera Munro acabó sus días en 1965 en el hospital psiquiátrico de Salamanca, donde fue recluido tras matar a sus hijos un año antes. Les disparó en la culminación de la espiral de paranoia en la que llevaba años inmerso. La obra ‘Cartas a un sobrino’, que escribió esos años, llena de furibundos ataques anticlericales y teorías eugenésicas, da la medida de su estado mental.
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